martes, 25 de diciembre de 2012

LA DIVERSA MISCIBILIDAD



No puede dejar de sorprenderme cómo al juntar agua y aceite en el mismo recipiente forman dos fases claramente separadas. No importa lo que suceda, inexorablemente están destinadas a refugiarse en su soledad, a preguntarse por qué la naturaleza no permite que estén juntas, por qué cada vez que intentan acudir a un rendez-vous hay algo, una fuerza superior que, cual broma de mal gusto, genera una barrera entre ellas.
Como te lo podría decir yo… ¿Y si cambiamos agua y aceite por Rubén y Alberto? ¿O por Nerea y Marta? Salvando las diferencias, por supuesto, imagina que el recipiente es un parque inundado por el creciente sol de verano. Y no se trata solamente de eso, yo he tenido que realizar un gran número de disoluciones en el laboratorio (estudio biotecnología). Así pude ver cómo se conocían Sonia y Manu, Laura e Íker o Jaume y Elena. Y cómo sonreían… No puedo negar que la envidia bañaba el ambiente, mis poros se abrían para dejar paso a cientos de moléculas de E(nvidia) que surcaban los cielos y se cernían sobre la felicidad. Querían saber cómo era, qué fórmula se hallaba tras ella… Pero no eran capaces de averiguarlo y se frustraban, tiñendo de negro azabache el ambiente. La felicidad era escurridiza, y emitía un brillo que hacía que el azabache se disgregara a su alrededor.
Yo no les puedo culpar, puesto que también tengo ganas de saber qué se siente. Lo que más me fastidia es el momento en el que crees que la has acorralado y se te escapa, igual que las palabras que mueren en la punta de la lengua. Es esquiva, tiene reflejos de pantera y la velocidad de un gamo. Creo que sin duda, si me preguntaran que qué me llevaría a una isla desierta sería la dichosa felicidad. No creas, un Ipod que nunca se descargara o un E-book que me ofreciera lectura de calidad durante horas y horas y horas… La verdad que son compañeros a tener en cuenta. Sin embargo y como ser humano que soy, se impone la necesidad de satisfacer mi curiosidad, esa compañera voraz que jamás se está quieta.
Con todo esto llego a la conclusión de que soy imbécil. Otra noche más que me había propuesto no pensar en esto, y es que no hay manera de quitármelo de la cabeza. No hay más vuelta que darle, yo soy el aceite de más calidad, el de oliva virgen extra (risas aparte), y Víctor es el agua, tan pura y cristalina que al reflejar los rayos del sol no puedes ver nada más que un halo celestial y brillante que te envuelve…


Así pues, ¿sabrías cómo me llamo? Te doy tres opciones. La primera es Yaiza, un nombre bonito, juvenil, moderno… La siguiente es Álex. Más típico, pero la verdad que me gusta mucho. El tercero es caracol, col, col, pon tus cuernos al sol. Parece que no tiene sentido, pero siendo sincero cosas más raras he visto.

lunes, 17 de diciembre de 2012

En honor a Cristina Vega.

Son las dos y media de la mañana, y llevo 43 horas sin dormir exactamente, así como 13 meses y 17 días sin escribir nada en este blog. Lo primero, decir que esta entrada no existiría si la señorita Cris Vega no hubiera dicho las palabras mágicas para ello, así que gracias de nuevo. Lo segundo, que a partir de ahora y gracias al impulso obtenido recientemente intentaré volver a sintonizar la radio de las nubes cada vez que pueda, volcando mis frustraciones, contando cosillas interesantes, o simplemente dejando que mi imaginación discurra por nuevos derroteros.

Creo que para empezar esta nueva etapa un fragmento del relato enviado al premio Madelon es lo que procede. Así pues, disfrutadlo aquéllos que lo leáis. Y los que no, ¿a qué esperáis?


"Sin embargo, el camino de las decepciones era un camino difícil de sortear y, sobre todo, de asimilar. Y así puede ocurrir que una bolsa de viaje llena de ganas e ideas se transforme en un saco de ilusiones rotas por el tiempo. Sus opositores, cual cerdo en un  banquete de bellotas, habían roído, catado y regurgitado aquello que él guardaba allí con tanto cariño, rasgando los hilos que, entretejidos, habían aguantado tantas y tantas embestidas. Y así fue como encontró a su primer y fiel amigo, el fondo de un vaso antes lleno con cualquier tipo de alcohol. Sus conferencias sonaban más temblorosas de lo habitual, su aspecto se tornó descuidado y sucio y pronto se vio refugiado en las posadas más oscuras de la noche, con el único propósito de sobrevivir un día más para poder acudir de nuevo a su estrecha agenda con las bebidas espirituosas. Se dice que toda persona que quiere ser recordada debe tener un lado oscuro, debe haberlo experimentado todo, y ésa fue la idea en la que su cerebro se refugió, delegando la tarea de las conferencias a cada nuevo compañero de habitación que recibía. ¿Habrían tenido éxito? Esperaba que sí.
Marcela D’Orante, la dragona de la calle de la Selenia, cómo le gustaba que la llamaran,  fue la última persona a la que vio en su cárcel particular, cuando ni siquera quedaba de él su sombra completa. Se había llegado a acostumbrar a ese minúsculo recinto cuyos barrotes se alimentaban de la autodestrucción, la baja autoestima y la podredumbre arraigada en un alma rota y sin sueños, a “orinar” sus ideas entre delirios que se escurrían por las oxidadas cañerías. Quizá fue una neurona nada más, un rincón del corazón alojado entre ventrículos y aurículas o un poro que se mantuvo selectivo a la influencia externa lo que hizo que la aparición de la dragona, con esa melena pelirroja que podía paralizar hasta las locomotoras más veloces y con esos despampanantes e ingentes senos tan dulces que harían sonrojar a un cantalupo, calara en su ser. Y así, ese día, y sin ser gracias a la exuberancia de su físico, una de las frases que se escapó de entre sus labios fue la que realmente lo despertó de su pesadilla de barrio bajo: “La muerte no quiere encontrarte, pues ella sólo pretende ser la anfitriona de la desgracia. Tú ya vives inmerso en esa sensación, y será sólo cuando la desgracia se aburra de ti y no sepa qué más hacer contigo ni hacia dónde más dirigir tus hilos, el momento en el que la muerte te llegará y podrás ser libre.”