No puede
dejar de sorprenderme cómo al juntar agua y aceite en el mismo recipiente
forman dos fases claramente separadas. No importa lo que suceda,
inexorablemente están destinadas a refugiarse en su soledad, a preguntarse por
qué la naturaleza no permite que estén juntas, por qué cada vez que intentan
acudir a un rendez-vous hay algo, una fuerza superior que, cual broma de mal
gusto, genera una barrera entre ellas.
Como te lo
podría decir yo… ¿Y si cambiamos agua y aceite por Rubén y Alberto? ¿O por
Nerea y Marta? Salvando las diferencias, por supuesto, imagina que el
recipiente es un parque inundado por el creciente sol de verano. Y no se trata solamente de eso, yo he tenido
que realizar un gran número de disoluciones en el laboratorio (estudio
biotecnología). Así pude ver cómo se conocían Sonia y Manu, Laura e Íker o Jaume
y Elena. Y cómo sonreían… No puedo negar que la envidia bañaba el ambiente, mis
poros se abrían para dejar paso a cientos de moléculas de E(nvidia)
que surcaban los cielos y se cernían sobre la felicidad. Querían saber cómo
era, qué fórmula se hallaba tras ella… Pero no eran capaces de averiguarlo y se
frustraban, tiñendo de negro azabache el ambiente. La felicidad era
escurridiza, y emitía un brillo que hacía que el azabache se disgregara a su
alrededor.
Yo no les
puedo culpar, puesto que también tengo ganas de saber qué se siente. Lo que más
me fastidia es el momento en el que crees que la has acorralado y se te escapa,
igual que las palabras que mueren en la punta de la lengua. Es esquiva, tiene
reflejos de pantera y la velocidad de un gamo. Creo que sin duda, si me
preguntaran que qué me llevaría a una isla desierta sería la dichosa felicidad.
No creas, un Ipod que nunca se descargara o un E-book que me ofreciera lectura
de calidad durante horas y horas y horas… La verdad que son compañeros a tener
en cuenta. Sin embargo y como ser humano que soy, se impone la necesidad de
satisfacer mi curiosidad, esa compañera voraz que jamás se está quieta.
Con todo
esto llego a la conclusión de que soy imbécil. Otra noche más que me había
propuesto no pensar en esto, y es que no hay manera de quitármelo de la cabeza.
No hay más vuelta que darle, yo soy el aceite de más calidad, el de oliva
virgen extra (risas aparte), y Víctor es el agua, tan pura y cristalina que al
reflejar los rayos del sol no puedes ver nada más que un halo celestial y
brillante que te envuelve…
Así pues,
¿sabrías cómo me llamo? Te doy tres opciones. La primera es Yaiza, un nombre
bonito, juvenil, moderno… La siguiente es Álex. Más típico, pero la verdad que
me gusta mucho. El tercero es caracol, col, col, pon tus cuernos al sol. Parece
que no tiene sentido, pero siendo sincero cosas más raras he visto.