LA
LOLA SE VA A LOS FUEGOS
Se irguió trabajosamente, como si sendas losas de
hormigón disfrutasen de unas merecidas vacaciones sobre sus hombros. Decidida,
se dirigió a la ventana y la abrió. Inspiró profundamente, mientras desordenaba
graciosamente los infinitos bucles que poblaban su cabeza. Espiró con suavidad,
cual terciopelo al tacto.
Notaba como poco a poco la calma retornaba, mientras
los recuerdos del pasado 4 de abril se disipaban y abandonaban tras de sí
tenues volutas de humo, apresurados vehículos por la vía de escape recién
abierta.
Su casa había ardido ese día, polichinela de las
crecientes llamas. Fue una ardua tarea como madre y una trabajada victoria como
profesional del fuego, pero las llamas cesaron y su hija seguía a su lado. Como
siempre.