domingo, 2 de enero de 2011

Mentiras.

Mentir. Una acción tan cotidiana, tan inocente a veces, tan peligrosa otras. Mentiras para ocultar la dureza de la realidad, mentiras para ilusionar, para no hacer daño, o para conseguir nuestros propósitos. Hay muchas razones para mentir, y todo el mundo lo hace. Con el tiempo, uno aprende que no es cuestión de ser sincero siempre, porque nadie va a serlo del todo, si no de procurar no mentir en cosas innecesarias.

Considero que soy una persona que miente bien, no en pequeñas cosas que realmente carecen de importancia, ahí me pillan con frecuencia. Sin embargo, sí sé mentir cuando algo es importante, y, aunque quizá no sea una cualidad de la que sentirse orgulloso, es muy útil. Me considero una persona pragmática, y éste es el ideal que suelo perseguir; desgraciadamente, eso implica muchas veces bordear la línea que divide aquéllo que está bien y aquéllo que no lo está tanto. Ahora bien, sé que de ética en algunos temas ando escaso, por eso no me extraña que esta cualidad haya decidido anidar entre mis neuronas. Esto no quiere decir que sea un mentiroso, ni un falso, simplemente, que soy una persona reservada. Sobre mí es el tema en el que más y más miento. Si algo me afecta, y alguien se da cuenta o pregunta, él se equivoca, estoy perfectamente. Si algo me emociona, y me entran ganas de llorar, ninguna lágrima va a aflorar, y si lo hace, es culpa de mi alergia. Todo es una máscara. Realmente yo sé que no me conozco a mí mismo mucho, y puedo contar con los dedos de una mano a aquéllos que me conocen un poco. Pero lo comprendo, es difícil conocer a alguien que no quiere dejarse conocer, que no quiere pedir ayuda, que quiere arreglarse los problemas él sólo porque considera que no hay nadie que los pueda entender tan bien cómo él, ya que es quién los está viviendo. No quiero imaginarme cuando tenga problemas graves, de esos que te hacen mella, espero que ahí sepa ya partir la coraza que recubre el camino entre mi corazón y sus sentimientos y la expresión corporal, me va a hacer falta.

Me recuerda esto mucho a un personaje de TV, ya que es un rasgo que comparto con ella. Esa sonrisa de falsedad tras la cual se ocultan las más variopintas opiniones, que cubre la verdad de lo que piensa mi persona. No sé si muchos veréis mujeres desesperadas, pero si lo hacéis, hablo de Bree Van de Kamp, es el ideal de la perfección. Perfecta por fuera, llena de fallos por dentro. Así me veo yo a veces: no perfecto por fuera, pero si intentando dar imagen de que todo discurre en esa perfección; por dentro, sin embargo, todo patas arriba cual habitación desvalijada tras la visita de un ratero.

Sólo puedo desearme suerte para conseguir encontrar el valor y la confianza necesarios para abrirme, sentir y comunicar cómo me encuentro. Así espero hacerlo. Desgraciadamente, la mentira va a seguir siendo un habitual en mi, no con afán de hacer daño, si no con afán de protegerme de una de las cosas más crueles: la gente y sus comentarios. Sobrevivir en una sociedad de tiburones a veces provoca estas acciones, mentiras gratuitas incluso. Pero si alguien me conoce, sabe que tengo los colmillos muy afilados para dejarme ganar terreno. Pelear, pelearé, y cuento con muchas armas con las que defender el terreno que ocupa mi vida.

Y así, entre mentira y mentira se teje la sociedad, lo que vemos y oímos más todo lo que tergiversan o no nos cuentan. Cada uno somos un mundo, y los demás (para nosotros) son mundos distorsionados por sí mismos. Un montón de borrones en medio de un campo mezcla de luz y oscuridad. Espejismos que cubren la sincera belleza de la realidad, la riqueza del error y la variedad de personalidades. El ser humano de nuevo reprimido por su propia acción y yo, de nuevo, sumiso entre la multitud.

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