miércoles, 8 de diciembre de 2010

El despertar.

Sobresaltado, me incorporé en la cama. Las mantas estaban por el suelo, y yo tenía muchísimo calor. Sorprendido, observé que aún llevaba puesta la ropa del día anterior. La cabeza me daba vueltas y prácticamente no era capaz de respirar. Haciendo un esfuerzo inhumano me levanté, arrojé la chaqueta a un lado y me observé en el espejo. Parecía no haber dormido en días. Y en cierto modo, así era. Cada vez que mi cabeza rozaba la almohada, en vez de descanso sólo obtenía tormentos. Él. Mi tormento. Cuantas noches pensando en cómo sería estar con él, que se fijara en mí y que me quisiera. Cuantas noches de sueños incumplidos.

Una vez más mi pensamiento formó su imagen ante mi, no sólo su físico (sus profundos ojos, su rostro angelical y su encantadora sonrisa entre otros atributos): su amabilidad, bondad, gracia, sentido del humor, y perfección. Hastiado, volví a la cama, me di la vuelta y enterré mis ojos en las sábanas, fuertemente cerrados, intentando evitar pensar en él. Como siempre, de manera inútil. ¿Cuántas veces me habría gustado decirle lo que siento? Una vez me dijeron, 99 por ciento racional, 1 por ciento emocional. Y sí, de nuevo mi cerebro obstruía el deseo de mi alma, imponiéndose el raciocinio. Puedo perder a esa persona para siempre. Puedo llevarme un chasco. Puedo hacerme daño. Puedo, en definitiva, fracasar, lo que quizá más miedo me da. Acostumbrado a ser una persona que consigue lo que quiere, caer derrotado nunca me sienta nada bien.

Volví a incorporarme. Otra vez las mismas divagaciones, el mismo gusano infecto recorriendo los rincones de mi cerebro y extendiéndose por mi alma. Una lágrima cayó por mi ojo derecho. Realmente, no podía seguir así mucho tiempo, porque quizá hubiera consecuencias peores. A este paso, podría estallar en un mar de furia contra alguien que no lo merece. O simplemente, volverme loco. Esa es la consecuencia de reprimir los sentimientos. Hasta el ser más racional sabe que uno no se puede guiar sólo por la razón. Y hay a quién no se nos le da bien salir de ese terreno. Alguien, que, en definitiva, teme no tener todo bajo control, porque ya se sabe, el corazón puede llevarte por caminos que nunca imaginaste. Caminos en ocasiones dificiles, pero a fin de cuentas, maravillosos si te atreves a buscar alguien con quién compartirlos.

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