domingo, 12 de diciembre de 2010

La cruda realidad.

El reloj marcaba las ocho y media de la tarde. La noche había caído sobre la ciudad dejando un manto de estrellas por cielo. Me asomé a la ventana y miré a la inmensidad. Unos instantes después salí de mi ensimismamiento y abrí el armario. El traje para la cena estaba listo. Odio los trajes. Siempre me han parecido incómodos, y realmente deprimentes. Pero era una ocasión importante y había que ir bien arreglado. Con resignación, me embutí la camisa, los pantalones y la chaqueta. Unos zapatos negros y una corbata insulsa coronaban mi imagen. La imagen me dejó la boca seca, como quien saborea algo que sabe que no es de su agrado. Afortunadamente, un poco de agua quitaba esa sensación. La incomodidad del traje seguía ahí.


Una hora más tarde llegaba al restaurante. Saludé con rigor a todos mis conocidos e intenté juntarme con quién creía más cercano a mi conversación. Unos minutos después entró un chico de mi edad. Vestía unos vaqueros desgastados y una camisa a cuadros negros y azules, deportivas y grandes gafas de sol. Se dirigió a mi y me preguntó si yo también participaba en la cena que había a las diez. Le conteste que sí y se ausentó para ir al baño. Recién se había marchado miré a las personas con las que conversaba. Sus caras decían todo. Que si como puede ir así vestido, que si que desfachatez, que si que falta de respeto... hombre, yo realmente no hubiera escogido ese modelo, pero tampoco me pareció nada tan grave, y así lo hice saber, de manera solapada y discreta. Un aluvión de críticas volo sobre mi cabeza y me explotó en la cara. Mi boca se selló desde entonces.


A partir de ese momento mi propia reflexión se convertía en algo mucho más interesante. Me fijé en lo que yo mismo había pensado hacía un momento: "yo realmente no hubiera escogido ese modelo..." ¿Realmente estaba llevando yo el modelo que quería? ¿Un traje que realmente me daban ganas de quemar? No. ¿Quién era entonces el digno de crítica: el que se atrevía a ser él mismo, o quién como un borrego seguía al rebaño? Francamente, me gustan los vaqueros gastados. Y me quedan mucho mejor, he de decir, aparte de que me resultan mucho más cómodos. Sí, hay normas sociales, y sí, también hay mucha estupidez. Nadie va a ser mejor profesional, una persona mejor... por llevar traje en vez de vaqueros, por estirar el meñique al tomar el té o coger la taza con la mano... Todo pura apariencia. Son otros actos los que nos definen. Hoy en día para muchas cosas es necesario conocer los protocolos sociales, y llevarlos a cabo. No soy estúpido, si voy a una entrevista de trabajo quiero que me contraten. Pero ni una obligación social más de las estrictamente necesarias para triunfar, y luego, desde arriba, poder cambiarlo.


Eran ya las doce y media. No tenía interés por permanecer allí más de lo necesario después de ver a mis compañeros de mesa. Asier, así se llamaba el chico, me dijo de salir de allí ya e ir a tomar algo. Un chaval muy majo. Auténtico, sin tonterías. Alguien con quién poder conversar. Lo mejor de la noche, sin duda. Un rato después me dirigía a mi casa. Decidido, me quité la corbata y la tiré en el cubo de basura de al lado de mi casa. Si mis propósitos se cumplían, no la iba a necesitar en mucho tiempo. Había ganado un amigo y una convicción firme. No todas las noches son tan productivas.

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